Un anciano responsable de una morgue descubre el cuerpo de una joven que murió durante una protesta y embarca en una odisea mágica para darle un entierro adecuado.
por Gonzalo Sánchez
VENECIA, Italia.- Una zambullida en la memoria para luchar contra el olvido de los desaparecidos políticos del mundo. Esa es la propuesta de la cinta chilena “Los versos del olvido”, que empapó de realismo mágico la competición de la “Mostra” veneciana.
Escrita y dirigida por el iraní Alireza Khatami, la historia, una coproducción de Chile, Francia, Alemania y Holanda, compite en la sección “Horizontes” de Venecia, reservada a las nuevas tendencias y vanguardias estéticas y donde ha sido bien recibida por el público.
Fue rodada en Santiago de Chile pero en realidad hay pocas o ninguna alusión a esta ciudad ya que está planteada desde un punto de vista universal, habida cuenta de que el drama que narra, el de los desaparecidos políticos, es extrapolable a muchos países del mundo.
Un anciano sepulturero con una sorprendente memoria, salvo con los nombres, interpretado por el actor español Juan Margallo, trabaja y prácticamente vive en un remoto y vetusto cementerio, testigo de cómo cada vez menos personas acuden a ver a sus difuntos.
El camposanto se encuentra sumido en el abandono, hasta el punto de que en sus descuidados nichos las abejas hacen miel, pero todo cambia cuando llegan a su morgue una serie de cadáveres tras una revuelta en un municipio cercano sofocada duramente por las fuerzas de seguridad.
Un día los militares irrumpen en el cementerio para apropiarse de los cuerpos y hacerlos desaparecer. Todos menos el de una joven, al que el sepulturero, sobrepasado por sus pérdidas personales, tratará de dar sepultura embarcándose en una mágica odisea.
Lo hace junto a una anciana que busca silenciosamente a su hija desaparecida (Itziar Aizpuru), con un místico enterrador (Tomás del Estal) y con un conductor de funerarias atormentado por su pasado (Manuel Morón), con quienes sortea las trabas burocráticas, las amenazas y la frialdad del negocio de la muerte.
Dado su cariz abstracto y común entre muchos países del mundo, la obra “no tiene ni lugar ni tiempo”, tal y como destaca en una entrevista con EFE su productor, Giancarlo Nasi.
“El director es iraní y la película podría perfectamente adaptarse tanto a su país como al mío o muchos otros. Es totalmente extrapolable. En la película no se menciona Chile. No tiene lugar ni tiempo. Pero es una historia que funciona porque todos nuestros países tienen una historia de represión política detrás”, explicó.
El director, en el documento de presentación del filme, recordó que su infancia transcurrió entre la guerra entre su país e Irak (1980-1988) y que, después, viajando por el mundo, descubrió situaciones similares en otros lugares. “Recordar es un acto de resistencia”, sostiene.
La historia surgió hace siete años en la residencia para jóvenes cineastas del festival de Cannes y hace tres decidieron rodarla en Chile, con un guión escrito en inglés y posteriormente traducido y adaptado al español y “a la realidad de Chile”.
Todo fluye en una atmósfera onírica, con una serie de licencias narrativas como una ballena que sobrevuela la ciudad emitiendo un triste lamento o laberintos de documentos que esconden trazas de la vida de aquellas personas que murieron.
“A nosotros nos gusta hacer cine para cruzar los límites del arte y llevar los límites del cine siempre más allá, hacer cosas atrevidas y novedosas. (La película) crea un mundo en el que todo está permitido”, explicó Nasi.
De este modo, con “Los versos del olvido”, Santiago de Chile se convierte, en palabras de Nasi, “en una capital de los detenidos políticos, de los desaparecidos y la lucha por quienes los van a encontrar y a buscar justicia”.
Un advertencia retratada en uno de los galimatías que revela el sepulturero mientras cava sin descanso una tumba en el camposanto: “olvidar el olvido, ese es el verdadero olvido“.
EFE.